martes, 12 de mayo de 2009

El Espíritu y la Verdad.

Los fieles de origen judío que habían venido con Pedro quedaron maravillados al ver que el Espíritu Santo era derramado también sobre los paganos. (Hch 10, 45)

Jesús dijo "No me eligieron ustedes a mí, sino Yo a ustedes" (Jn 15, 16), y eso es lo que se cumplió en ese episodio que cuenta el Libro de los Hechos, sobre los paganos que recibieron el Espíritu Santo aún sin haber sido bautizados.
No nos debe extrañar que el Espíritu sople donde quiera (cf. Jn 3, 8), porque "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1Tim 2, 4), y es así que Dios llama a todos los pueblos del mundo para que reciban la vida porque desde Abraham Dios prometió la bendición para todos los pueblos de la tierra (cf. Gn 12, 3).
Hoy eso continúa sucediendo, porque Dios sigue fiel a sus promesas y no las revoca.
Pero en el Libro de los Hechos, en los versículos siguientes al citado, Pedro otorga el bautismo a esos que habían recibido el Espíritu Santo. Y sucederá eso con todos los pueblos. No lo decimos con arrogancia como si fuera a suceder porque nosotros decidimos que así sea, sino porque el Espíritu guiará hacia la verdad completa. "El Espíritu les enseñará todo y les recordará lo que yo les he dicho" (Jn 14, 26).

El verdadero camino que debemos hacer todos es hacia la verdad, porque es el camino hacia Jesús "Camino, Verdad y Vida" (Jn 14, 6). Todos los hombres del mundo estamos hechos para contemplar la verdad, y eso haremos al plenificarse nuestra vida en la resurrección. Esa misma verdad nos llega ahora en la medida en que la aceptemos.

Lo que tengamos de la verdad tenemos que compartirlo, y también con honestidad de todas las partes, escucharnos y aprender, pero no contemporizar, porque dejaríamos de ser fieles a la Verdad. Todos nos tenemos que acercar a Jesús, con honestidad, con fidelidad, con apertura franca a la Verdad que es Él mismo. Y esa honestidad, fidelidad y adhesión a la Verdad, no admite manipulación de la verdad ni medias tintas. Sólo admite la verdad.

Asombrarse de que el Espíritu esté en muchos lados, sí. Creer que en todos lados el Espíritu dice toda la Verdad, no. No porque no la quiera decir, sino porque el hombre pone muchos obstáculos, mucha desobediencia al Espíritu. Muchas veces en su nombre se dicen cosas que no provienen de Él. "Por los frutos los conocerán" (Mt 7, 16). Por eso es necesario dialogar, con la verdad, lo más completa que la tengamos. No como comenzando desde cero, porque hay que reconocer el camino hecho.
El relativismo no nos tiene que imponer el prejuicio de que todo lo que tenemos es inválido. Porque sería negar la acción del Espíritu Santo. Tampoco nos tiene que imponer que todo lo que dice cualquiera debe ser aceptado sin más. La exigencia de honestidad intelectual es para todos. La verdad no se debe falsear.

jueves, 7 de mayo de 2009

Tormentas

Del Evangelio según San Marcos (5, 35-40)

Jesús dijo a sus discípulos: «Crucemos a la otra orilla». Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.
Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús
estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.
Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?».
Despertándose, él increpó al viento y dijo al
mar: «¡Silencio! ¡Cállate!». El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo?
¿Cómo no tienen fe?».

Palabra del Señor.



Te dije que cruzaras a la otra orilla.

Que no te instales donde estás. Ni en la comodidad, ni en el miedo, ni en la seguridad de las cosas, ni en el poder, ni en el hacer las cosas por puro placer, ni en el entenderlo todo. ¿Por qué ante la tormenta de las dudas, te debilitas?

«¿Por qué tienes miedo? ¿Cómo no tienes fe?».


Te dije que cruzaras a la otra orilla, que me sigas, que te conviertas, que vivas la buena noticia que te traje, que aceptes la semilla de la Palabra. ¿Por qué ante la tormenta de mis palabras temes?

«¿Por qué tienes miedo? ¿Cómo no tienes fe?».


Te dije que te animes a darlo todo, a creer en lo que te digo, a confiar en el Padre, que antes que se lo pidas ya sabe lo que necesitas. ¿Por qué ante la tormenta de tus angustias te sientes desamparado?

«¿Por qué tienes miedo? ¿Cómo no tienes fe?».


Te dije que aprendas de mí, que soy manso y humilde de corazón. Que no busques el dominarlo todo, controlarlo todo, porque lo que debes hacer es la voluntad del Padre. ¿Por qué ante la tormenta de tu impotencia, te angustias y te cierras?

«¿Por qué tienes miedo? ¿Cómo no tienes fe?».


Te dije que yo te resucitaré en el último día. ¿Por qué tienes miedo a morir? ¿Por qué tienes miedo a entregarte? ¿Por qué tienes miedo a sufrir por lo que vale la pena? ¿Por qué ante la tormenta de la lucha diaria te evades?

«¿Por qué tienes miedo? ¿Cómo no tienes fe?».


¿Por qué no vives amando? ¿Por qué te cuestan tanto tus hermanos? ¿Por qué pones tantas condiciones para amarlos? ¿Por qué tienes miedo de escucharlos? ¿Por qué ante la tormenta de tus hermanos huyes?

«¿Por qué tienes miedo? ¿Cómo no tienes fe?».


¿Por qué falseas tu celibato, tu voto de castidad, tu consagración? ¿Por qué tienes miedo a la autoridad? ¿Por qué ante la tormenta del autoritarismo te debilitas? ¿Por qué ante la tormenta de pasar necesidades no te entregas en la pobreza?

«¿Por qué tienes miedo? ¿Cómo no tienes fe?».


Te dije que amaras y fueras fiel a tu esposa, te dije que fueras fiel a tu esposo, que no cometas adulterio, ni siquiera en tu corazón. Que no escandalices. ¿Por qué ante las tormentas de tu relación matrimonial eliges no amar más?

«¿Por qué tienes miedo? ¿Cómo no tienes fe?».


Te dije que estaré contigo hasta el fin del mundo. ¿Por qué ante la tormenta de la espera, desesperas?

«¿Por qué tienes miedo? ¿Cómo no tienes fe?».


Te dije que eras mi amiga, mi amigo. Y yo di la vida por ti. Te di mi vida. ¿Por qué quieres vivir otra vida?

«¿Por qué tienes miedo? ¿Cómo no tienes fe?».


Te dije que el Reino de Dios está cerca. Que está cerca de ti. ¿Por qué lo consideras lejano?


«¿Por qué tienes miedo? ¿Cómo no tienes fe?».

miércoles, 6 de mayo de 2009

Unidos a Él

"Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer." (Jn 15, 5)


La Pascua nos ha dado una presencia de Jesucristo impresionantemente poderosa, porque ya no está sujeto ni a la debilidad, ni a dolor alguno, ni a la muerte, ni a la distancia, ni a ninguna traba que nos podamos imaginar. Él está resucitado, Él vive, y está "sentado a la derecha del Padre" reinando e intercediendo por nosotros. Él está con nosotros hasta el fin del mundo (Cf. Mt 28, 20).

Ese poder es suficiente para que nosotros podamos vivir como resucitados. Como le dijo a Pablo: «Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad» (2Cor 12, 9). Suficiente como para vivamos como hijos de Dios, "pues lo somos realmente" (1Jn 3, 1), porque tenemos el Espíritu del Hijo que nos hace llamar a Dios "Abbá" (Rom 8, 15). Y por eso somos miembros del único cuerpo de Cristo (1Cor 12,13). "¡Demos gracias a Dios, que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo!" (1Cor 15, 57).

Hay que insistir muchas veces en que hay que dejarse amar por Dios, y toda esa victoria, esa pertenencia, esa familiaridad con Dios, esa resurrección mencionadas se den. Es su iniciativa. Es su don, su oferta, su buena noticia, su maravilloso regalo. Es la vida que nos ofrece, la que tiene y nos comparte.
Permanecer, estar en, y quedarse ahí, no es nada pasivo. No es un estar catatónico, no es un estar inertes, sino, por el contrario, es una adhesión activa a su amor, una recepción gozosa y agradecida, que valora, aprecia y cuida del don recibido. La gracia es gratis, pero que sea gratis no significa que sea despreciable, o que no tenga valor. La gracia es gratuita porque su valor es impagable, incalculable, y sólo el que la posee sabe que, para que el que la necesita la reciba, la tiene que regalar. De otra manera nunca nos podría llegar la gracia de Dios, porque con un solo acto de desprecio a Dios que hayamos hecho ya nos hicimos reos de perder todo, porque Dios es Dios, y a Él no se le puede faltar el respeto impunemente. Su soberanía y majestad son tan excelsos, por su condición divina, que nunca se puede colocar uno a su altura como para discutir, y menos superarlo como para despreciarlo. Dios es Dios, nosotros creaturas, simples creaturas, aunque no lo aceptemos de buena gana.
Por tanto, la permanencia en Él es comunión activa. Es encuentro deliberado, es adhesión consciente, es abrazo feliz, es intimidad cuidada. Es escucha atenta, obediencia dócil, es fidelidad gozosa, es conversión de actitudes para tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús (Cf. Flp 2, 5), es reproducir en nosotros la imagen de Cristo (Rm 8, 29).

Los frutos que daremos serán los frutos de la Vida de Cristo en nosotros, la fuerza, el amor, la sabiduría, la alegría, la victoria, la gracia, todo lo de Cristo. Para dar los frutos de Cristo, porque su savia -puesto que Él es la vid- nos hace dar los frutos de la vid, los que la vid quiere dar, los que Cristo quiere dar. Y por tanto es necesario recibir su savia, escuchar su voluntad y adherirse a ella, y sobre todo obedecerle. Insisto en obedecerle porque a veces con buena voluntad tratamos de imponerle nuestra manera de ver las cosas, de planificar, nuestra tabla de valores, y si nada de esto coincide con Él, sólo estorbamos. Nuestros frutos son amargos o agrios.

Sin Él nada podemos hacer. Nada de lo suyo.
   


sábado, 2 de mayo de 2009

Desvivirse

"El buen pastor se desvive por las ovejas" (Jn 10, 11)

Cualquiera de nosotros al pensar en un pastor de nuestro mundo diría que el pastor vive de las ovejas, sea porque es el propietario de las ovejas, o el propietario de las mismas le paga por pastorearlas.
Sin embargo, Jesús dice que el buen pastor se desvive por las ovejas. Habla de sí mismo y se aplica a sí mismo la función de pastor, y enriquece la idea con el adjetivo "buen". No sólo es pastor, sino que además es bueno. Y por si fuera poco dice algo impensado: se desvive por las ovejas. Pierde su vida para que las ovejas vivan.
La imagen de las ovejas le viene bien para enseñarnos. Por comparación, nosotros somos las ovejas de ese pastor. Somos propiedad de su Padre, como dice el salmo 100: "Somos su pueblo y ovejas de su rebaño". Y el Padre nos ha confiado a su Hijo (Jn 6,37) y nos dio el aceptarlo (Jn 6,65). Cuando aceptamos al Hijo nos volvemos de su rebaño.
Somos ovejas de ese pastor que se desvive por nosotros. Lo mueve el amor ("Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (cf. Jn 15,13). Él da su vida por las ovejas (Jn 10,15). Da su vida por nosotros.
Y lo hace libremente (Jn 10,18), y porque el Padre se lo ha encargado (ibídem). Su obediencia al Padre es por amor y confianza plena. El Padre le ama porque Jesús da su vida (Jn 10,17), y en esa entrega de amor el Hijo es igual al Padre: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él tenga vida eterna" (Jn 3,16). El Padre entrega lo más preciado que tiene, su Hijo. El Hijo entrega lo más preciado que tiene, su vida. Y todo por nosotros.

Su vida hoy se sigue dando: sigue predicando, tanto a través de lo que la Escritura dice que dijo, como por su presencia en Espíritu en la Iglesia que celebra y escucha. Sigue perdonando porque en los sacerdotes, por el sacramento del Orden Sagrado, da su perdón y libera los corazones realmente. Sigue alimentandonos con su Cuerpo y su Sangre, en cada Eucaristía. Sigue pastoreándonos a traves de los legítimos pastores. Sigue cargando con los dolores del mundo a través de todos los que guiados por su Espíritu y con los carismas del Espíritu atienden las necesidades y dolores del mundo. Sigue enseñando a través de todos los catequistas y formadores. Sigue acompañando su rebaño, porque esta con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20).

Al ser nosotros miembros de Cristo (cf. 1Cor 12,12) continuamos la misión de Cristo, y por tanto debemos asumir la misión que le encomendó el Padre, para que todos lleguemos a compartir la vida plena eternamente con la Trinidad Santa.
Que los sacerdotes vivamos con gozo y fidelidad nuestro servicio de maestros, santificadores y pastores.
Que los catequistas permanezcan fieles a la verdad y la transmitan de forma completa y acompañen a sus catequizandos en su crecimiento en la fe.
Que los que tienen carismas los ejerzan para beneficio de la comunidad que lo necesite.
Que los que son padres de familia vivan su misión de vivenciar la fe y transmitirla a sus hijos, junto con ellos, y como familia muestren la belleza del reino de Dios que está entre nosotros.
Que los que trabajan honren la vida y la creación mejorándola con su trabajo responsable y creativo, usando su inteligencia y sus talentos en favor del bien común.
Que los que conducen a otros lo hagan con la responsabilidad de servir para que todos tengan una vida mejor según los criterios del Señor.
Que los que enseñan enseñen la verdad, y se animen a formarse continuamente para hacer madurar su propia conciencia y hacer crecer su propio conocimiento de la verdad.
Que todos amemos como Jesús nos amó (Jn 15,12)
, desviviéndonos por el otro...


viernes, 17 de abril de 2009

Amor eterno

"Digan los fieles del Señor: ¡Es eterno su amor!" (Salmo 118,4)

La eternidad en Dios es plenitud.
La plenitud, totalidad.
La totalidad, inmensidad.
La inmensidad, infinitud.
La infinitud, inconmensurabilidad.
La inconmensurabilidad, grandiosidad.

La grandiosidad, majestad.
La majestad, soberanía.
La soberanía, poder.
El poder, donación absoluta.
La donación absoluta es amor.

Dios ama, siempre, a todos sin excepción.
Por eso afirmamos su divina misericordia.

Es divina porque es de Dios, es decir, Él la ejerce con toda su soberana libertad y ejerciendo el más absoluto poder de perdonar los pecados, las ofensas, las deudas, los daños. Y porque obrando así recupera al hombre, hecho a su imagen y semejanza, lo restaura, y lo plenifica, es que afirmamos que su amor es misericordioso, es decir, que su corazón no teme abrazar ni al más miserable de los hombres.
Aceptar ese amor así como es, es el enorme desafío de volverse niños ante Dios. Adultos que se dejen amar como niños pequeños, en la confianza más absoluta, en el desprendimiento de toda ansiedad por cualquier cosa.

Es animarse a perder la vida con tal de ganar la que su Amor misericordioso ofrece, porque nada hay más grande ni más valioso que su Amor.
Por otro lado, "quien ama conoce a Dios", dirá San Juan en su primera carta (4, 7).
Poder donarse, ser misericordiosos, ser generosos, es el camino del Reino, porque es reconocer que no hay obra más grande que pueda hacer el hombre en el mundo que recibir, vivir y compartir el amor eterno de Dios.

¡Bendita Pascua que nos ha mostrado que el amor de Dios es más fuerte que el pecado y más fuerte que la muerte!

lunes, 6 de abril de 2009

Pobres

"Anunciar la Buena Noticia a los pobres" (Is 61,1)

Hay que haber experimentado el no poder para entender la pobreza más profunda. No poder entender. No poder aprender. No poder comer. No poder trabajar. No poder cobijarse. No poder amar. No poder sobrevivir. No poder vivir. No poder tener, etc.

No poder nada.
Pero si me rebelo aún puedo.
Mayor pobreza es ni siquiera poder rebelarse. No poder luchar más. No poder sobrevivir, ni siquiera vivir. La muerte.

No tengo nada más de dónde agarrarme. No tengo ningún punto de seguridad. No me queda más que esperar.



Y ahí es donde me identifico con Jesús en el sepulcro. Sólo puede estar ahí. Aunque su estar es todo un mensaje, nuestro estar en el sepulcro no es un mensaje, sino la total necesidad de ese mensaje, la total entrega, el total despojo, el total anonadamiento, el volverse polvo de nuevo. Mi alma queda despojada de mi cuerpo, mi cuerpo despojado de mi alma. Sólo el Hijo en el que fuimos creados puede darme lo que necesito en ese momento: "Yo soy la resurrección y la vida. El que crea en mí aunque muera, vivirá" (Jn 11, 25). No me queda otra posibilidad que la que Dios puede darme en su Hijo: resucitar y vivir porque creo en Él.

Ese mensaje encierra la Buena Noticia. La Buena Noticia encierra ese mensaje.
La Buena Noticia es que en Jesús y por Jesús tenemos vida eterna, porque él pagó el precio de nuestros pecados, pagó nuestras deudas. Porque no sólo éramos pobres sino también deudores.
Nuestra deuda saldada por su sangre se convirtió en superávit por la misericordia de Dios. Son sus méritos nuestra riqueza, nos ha enriquecido con su pobreza (cf. 2Cor 8,9), nos ha dado su vida (cf. 1Jn 3,16), y nos compartió su Espíritu y dará nueva vida a nuestros cuerpos mortales (cf. Rm 8,11).

¡Bendita Pascua! ¡Bendita pasión! ¡Bendita esperanza!


viernes, 3 de abril de 2009

El Rey y el asno.

"Al encontrar un asno, Jesús montó sobre él" (Jn 12, 14)

Cuanto más inseguro fuese el rey más grande tenía que ser su transporte, sea caballo, auriga, carruaje, incluso su ejército. Por lo exterior tenía que compensar la debilidad de lo interior.

Mucha gente hoy hace lo mismo,
el ejército más grande,
el autom
óvil más seguro,
los gritos más fuertes,
los aparatos políticos más prepo
tentes,
la
soberbia más exacerbada,
el totalitarismo más despiadado.


Quien no quiere dominar no necesita nada de eso.
Y menos quien tiene el poder verdadero.

Jesús encontró un asno.
Y así cumplía la profecía de Zacarías 9,9:
"¡Alégrate mucho, hija de Sión,
grita de júbilo, hija de Jerusalén!
Mira que tu rey viene hacia ti;
él es justo y victorioso,
es humilde y está montado sobre un asno,
sobre la cría de un asna. "

Le bastaba el asno.
Puesto que Él ya era Rey.
Puesto que ya era Justo.
Ya era Victorioso.
Ya era Humilde.

Porque Él sabía que el Padre había puesto todo en sus manos (cf. Lc 10, 22), y le diría luego a Pilatos: "Soy Rey" (Jn 18, 37).

Y, como dice en el mismo versículo: "He venido para dar testimonio de la Verdad". "Yo digo la verdad" (Jn 8, 45). Por eso, Pedro dirá el día de Pentecostés: "Ustedes renegaron del Santo y del Justo".

Sabía que ya había vencido: "En adelante verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo" (Mt 26, 64).

En Mt 11,29-30 dice: "Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana".

No le hacía falta más que un asno. Todo lo demás lo tenía en sí mismo.

¿Por qué tantas veces puse mi mirada en lo exterior y no en lo interior?
¿Por qué me quedé mirando sin ver?
¿Por qué deseé tener el asno y no al Rey?
¿Por qué deseé los dones del Señor y no me di cuenta que debía tener al Señor de los dones?
¿Qué más necesitaría si lo tuviese a Él?

¿Ante quién pondré mis ramos: ante el asno o ante el Señor Jesús?
Te doy mis ramos, y mi capa, mi corazón, mi voluntad y mi inteligencia.
Todo lo pongo bajo tus pies.
¿Para qué tenerlos yo si no me llevan a ti?

jueves, 26 de marzo de 2009

¡Padre, glorifica tu Nombre!

"Padre, glorifica tu Nombre. Entonces se oyó una voz venida del cielo:  
 - Ya lo he glorificado y volveré a glorificarlo." (Jn 12, 28)


Creo que hace falta clarificar un poco tres palabras: Padre, glorifica, y Nombre.

Padre: Para nosotros es fácil porque desde niños nos dijeron que Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y que Jesús es el Hijo hecho hombre. Pero para una persona que no ha sabido esto le debe resultar difícil aceptar que Dios, siendo Dios, tenga un Hijo, y, además, que éso sólo lo pudimos saber porque Dios decidió decírnoslo, al revelarse en el Hijo hecho hombre. Y por tanto, que Jesús lo llame Padre ya no parece tan ridículo ni tan herético, como parecía a los judíos. Pero, claro, no es lo mismo decirse Hijo que serlo. ¿Cuántos en la historia se han arrogado ese título de hijos de Dios, en su propio beneficio, para legitimar su poder y manejo de los otros?
Sin embargo, aquí, Jesús lo llama Padre en dos sentidos: reconociéndolo que es su Padre, y que además tiene el poder. Él se sabe que no tiene más que el poder que el Padre le ha dado, quien le dio todo menos el ser Padre. Pero sabe que el poder del Padre es del Padre, como origen, autor y principio.
Para comprender un poco esto hay que animarse a filosofar en serio un rato, y yo los animo que lo intenten.

Glorifica: significa manifestar el poder o la gloria del poder, el brillo, la majestad, la luz, el esplendor del poder de Dios. Manifestarlo para que se vea, para que se lo perciba, para que se lo capte, y para que nos asombremos profundamente.

Nombre: quiere decir el "Quién es", pero sabiendo que en Dios coincide absolutamente con el "Qué es", y con el "Qué hace", "Qué quiere", "Qué decide". Es decir, en la palabra Nombre está encerrado todo el misterio absoluto de Dios, toda su majestad, y precisamente su Voluntad, Sabiduría y Amor.
Porque Dios es Amor, es sabio en grado absoluto, su Voluntad divina es compartir ese amor con los hombres por los caminos de sus infinitamente sabios designios.

En esos designios estuvo la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de María para nacer como hombre, como lo recordamos en la fiesta litúrgica de la Anunciación, y como dijo la voz "Ya lo he glorificado". Ya lo he hecho, ya está realizado, ya mi plan está en marcha.
Y también en esos designios estará la resurrección, la victoria sobre el príncipe de este mundo y sobre la muerte. Por eso dice "Lo volveré a glorificar". Ya lo mostraré, ya lo verán, y creerán, porque "atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 33).

Jesús le entrega todo al Padre con esa frase, confirma su obediencia a sus designios de salvación, porque para eso ha venido (cf. Jn 12, 27), y en medio de su dolor tiene el gozo de estar venciendo al maligno, al pecado y a la muerte para salvar a todos los que crean. Su pasión, su padecimiento, tenía sentido y él veía que entregándose como un grano de trigo enterrado para dar fruto (cf. Jn 12, 24), daría fruto, daría vida, salvaría a los hombres, de una vez para siempre (cf. Heb 10, 10).

Demos gloria al Padre de los cielos por sus designios salvíficos. Y aunque no los entendamos, recibámoslos confiadamente, porque de Dios nada malo sale jamás. ¿Por qué dudar?


martes, 24 de marzo de 2009

Aprender a obedecer



"Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer." (Hebreos 5,8)

¿Tuvo Jesús que aprender a obedecer?




El problema no está en aprender. El problema es obedecer.
Porque obedecer significa escuchar al que manda y someterse.
Y sin ninguna duda que eso requiere de un aprendizaje.

Hay que aprender a conocer al que manda, en este caso a Dios. Un Dios que es tan sabio que ve mucho más allá que nosotros. Y como lo mueve el amor, sus designios son sabios y amorosos, siempre en bien de los que ama. Y Dios ama a todos.

Hay que aprender que manda. Porque tiene la autoridad legítima sobre todas las creaturas.

Hay que aprender que hay que escuchar. Porque Dios es el que habla. De Él procede la Palabra. Y, cuando Dios habla, habla para ser oído. Habla para ser recibido. Es don que hay que recibir y no es posible despreciar ese don impunemente, porque no se rechaza cualquier cosa. Se lo rechaza a Él.

Hay que aprender a escuchar. Porque cuando Dios habla no hay que escuchar sólo lo que gusta y conviene, sino todo lo que dice. Hacer interpretaciones ilegítimas, para disimular su mandato, para desdibujarlo, es ponerse por encima de su autoridad, y de la autoridad de su palabra dicha. Sólo su Espíritu interpreta la verdad de Dios. Quien no tiene el Espíritu de Dios, quien no hace caso al Espíritu de Dios, no podrá interpretar correctamente nunca la Palabra de Dios. No estará compartiendo lo que Dios dice, sino lo que se quiere que diga.

No hay que aprender a entender, sino a escuchar. Se equivoca el que quiere primero entender a Dios para luego hacerle caso. Se equivoca porque primero debe creer para entender. Y creer verdaderamente es obedecer, porque es adherirse a Dios y a su voluntad.

Por último, hay que aprender a acatar lo que está mandado. Hay que aprender a obedecer, como dijimos, adhiriéndonos por opción personal y libre a Dios para hacer su voluntad, que es sabia y amorosa, aunque no entienda yo sus designios, ni por dónde me conduce, ni qué quiere hacer, ni cómo lo quiere hacer, ni cuándo. Esas cuestiones no me corresponden saberlas porque no voy a juzgar a Dios. Jamás podré, y líbreme Dios de querer hacerlo alguna vez. Jamás tendré la autoridad para cuestionar la autoridad de Dios. Porque no soy sabio, porque no soy más que un pecador.

Jesús no era pecador, pero era verdadero hombre. Como Hijo de Dios, es decir, como verdadero Dios, indudablemente conocía y aprobaba la voluntad de su Padre. Pero como hombre debía someter su voluntad humana a la divina. Y como hombre le angustiaba su hora, su muerte, su sufrimiento. Pero aprendió a obedecer, aprendió a acatar, aprendió a entregarse al designio sabio y amoroso del Padre, aprendió a confiar en Él totalmente, esperando que lo libre de la muerte.

¿Cuándo yo obedeceré a Dios de ese modo? Ese día seré un convertido, seré santo.

lunes, 23 de marzo de 2009

Dentro de mi corazón

"Pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones." (Jeremías, 31, 33)

Que Dios escriba en mi corazón su ley me ubica como un miembro adulto de la familia de Dios.

Si la Ley de Dios es exterior a mí no la incorporé. Si no la incorporé está fuera, y me "mandan" desde afuera y puedo sentir seguramente la tentación de no obedecer, de no acatar, de no adherir.
Es la postura de los infantiles y adolescentes.

En cambio la del adulto en la fe, la del adulto creyente, es asumir que pertenece, y que pertenece por deseo propio, por opción propia.

Es decir, que cuando uno siente el gozo de formar parte del pueblo de Dios, de la familia de Dios, de ser hijo de Dios, lo guarda con cuidado, con celo, con responsabilidad, como un tesoro capaz de hacer vender todo para adquirir el campo donde está. El campo es la filiación con Dios, es el discipulado y el seguimiento de Cristo, es el ser Iglesia, es el ser miembro de Cristo.

Ese es uno de los sentidos de la expresión en Jeremías. Tener la ley en el corazón, significa no tenerla fuera. Es tenerla asumida, aceptada, no como agobiante, sino como la fuente más fuerte de la libertad porque es "sentir" como Dios, amar como Dios, obrar como Dios, no con el poder de Dios, sino con el Espíritu de Dios. Es haber conformado mi conducta a la voluntad de Dios, haber conformado mi conducta con la misericordia, la compasión, la paciencia, el perdón, el amor hasta el extremo como Dios nos amó.

viernes, 20 de marzo de 2009

En


" Fuimos creados en Cristo Jesús " (Efesios 2, 10).

¡Qué misterio hay encerrado en esas palabras!
Esta frase resume un misterio enorme: el misterio de la intencionalidad de Dios para con el hombre.

¿Fuimos creados? ¡Por supuesto! No existíamos y Dios fue el único con el poder y el deseo de crearnos. Y nos creó.

Se atribuye al Padre la obra creadora, pero el Padre jamás está solo. Es la Trinidad Santa la creadora, Dios. Se apropia al Padre la creación, como origen de todo, de quien procede tanto el Hijo y el Espíritu Santo.
Si embargo, la obra de la creación es fruto de la acción mancomunada del amor de las tres divinas personas. Nos es dificultoso para nosotros comprender fuera del tiempo y de nuestras capacidades cómo Dios hizo la creación. Pero la hizo, nos creó, nos hizo existir, hizo existir todo. "Y vio Dios que era bueno". 

Uno puede aceptar por la lógica que las cosas no surgen de la nada por sí mismas. Algo las genera, y si no las engendra las arma con partes de otras cosas. Pero si no las engendra ni las armas de algo previo, sólo queda aceptar que las crea, y aunque suene redundante, eso significa que no existían (eran nada), no eran, y las hace ser, las hace existir. Por eso afirmamos que cuando Dios crea significa que crea de la nada, no utiliza nada previo. Tiene Él el poder suficiente para hacer eso y mucho más.

Pero ¿para qué creó todo, especialmente al hombre? ¿Por qué le dio al hombre la capacidad de optar y decidir, de hacer el bien y poder hacer el mal, por qué le dio la capacidad de ser libre? 
Precisamente para que sea libre. Porque la libertad es una conquista, es un proceso que se realiza, es un compromiso que se asume, es un don que se cuida, es un tesoro que se aprecia porque verdaderamente tiene su precio.
Y ahí entra a explicarse la frase de San Pablo: "En Cristo Jesús".

Jesús es el Hijo de Dios (el Verbo, la segunda persona de la Santísima Trinidad, que existía desde siempre [Jn 1,1]) hecho hombre, que comenzó a estar entre nosotros en un momento preciso de la historia cuando el Angel Gabriel anunció a María que concebiría del Espíritu Santo y por su poder, sin intervención de varón, un óvulo suyo sería completado en su cadena genética para dar lugar humano a la persona del Verbo de Dios, al Hijo, y luego nacería de ella en Belén, hace alrededor de 2.000 años. 
El Verbo ya existía desde el principio, y por él fueron creadas todas las cosas. Y los hombres fuimos creados en Él. Por Él son creadas todas las cosas porque Él es la Palabra creadora, que llena del poder del Espíritu divino hace que exista toda la creación. Pero además de ser creados por Él somos creados "en" Él, y eso significa que el amor trinitario quiere hacernos participar de una relación inmensamente particular: Dios ha amado tanto al hombre desde su sabiduría creadora que ha preparado todo para que la humanidad toda, y eso también hay que decirlo, cada uno de nosotros, yo, estoy y estamos invitados a formar parte de esa relación de amor inconmensurable, infinito, impresionante, maravillosísimo, fascinante, que existe entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. 
El Padre ama absolutamente al Hijo y le entregó todo lo suyo, menos el ser Padre, y el Hijo recibe todo por amor, y entrega todo por amor al Padre, menos el ser Hijo. Y la comunión en ese amor es manifestación del Espíritu Santo, persona también, que abraza al Padre y al Hijo, y nos extiende su abrazo a nosotros para transformarnos y hacernos participar del ser del Hijo, para hacernos hijos en el Hijo.

Así, siendo hijos, por decisión propia, por aceptación voluntaria y libre del don dado por Dios (la invitación del Padre, el rescate y liberación hecha por el Hijo muerto en la cruz y resucitado, y la transformación que produce el Espíritu Santo de Dios en nuestras personas en hombres nuevos a imagen de Jesús) es que participamos en el Hijo de esa relación filial divina. 
Cuando el Padre "elabora su plan" piensa en "integrar a su familia" a las creaturas capaces de decidir responsablemente y de optar por Él. No obligará  a nadie. El que quiera participar con Dios de la vida divina, debe optar por aceptarla, por adherirse, por cuidarla y conservarla.
Cuando el Padre engendró a su Hijo desde toda la eternidad, ya pensaba en el hombre. Por eso Pablo dirá "fuimos creados en Cristo Jesús".
Participamos de la relación de amor de Cristo Jesús con el Padre.
Participamos de la grandeza de ser hijos.
Participamos de la vida de Cristo Jesús dada en la cruz, y recibida en los sacramentos.
Participamos de la herencia de Cristo Jesús porque nos ha sido prometido el Reino.
Participamos de la eterna alabanza y adoración del Hijo al Padre a través de la liturgia.
Participamos de la novedad de la resurrección porque la humanidad de Cristo ya está resucitada y lo estará la nuestra.
Participamos del hombre nuevo, Jesucristo, al ser transformados por la gracia. 
Participamos de su Cuerpo, al ser Iglesia.

jueves, 12 de marzo de 2009

Eres mi Dios.

"Yo, Yahveh, soy tu Dios." (Exodo 20,2)

Parecieran resonar estruendosamente por todo el universo estas palabras para el que las escucha con el corazón.
"Yo", en primera persona, iniciativa, resolución, libertad, poder...
"Yahveh", totalidad, dinamismo inacabable, poder expresado, acontecer puro, el que siempre es nuevo, y nunca cambia de ser nuevo, nunca deja de ser nuevo, nunca se agota, el que se manifestó, se manifiesta y se manifestará, el que siempre está, Él...
"Soy tu Dios", el autor, el creador, la verdad, el Padre, el principio y el fin, el Señor con soberanía absoluta...

Gracias, Dios mío, por haberme hecho escuchar esas palabras, por haberme regalado el recibirlas. Por haberme dado la gracia de aceptarlas, de gustarlas, de probarlas, de experimentarlas, y por toda la esperanza que me dan.

Gracias, Dios mío, por ser tan firme, por ubicarme frente a ti, por hacerme comprender quién eres, y quién soy. Gracias por darme el norte de mi existencia, más que el norte, la finalidad de mi existencia. Gracias por habérteme dado a conocer. ¿Qué hubiera sido de mí si no te hubiese conocido?

Gracias por haber acontecido en mi vida, y porque mi vida aconteció por ti. Gracias por crearme, gracias por haberme hecho existir. Gracias por haberme dado mi identidad. Gracias por haberme enseñado a hacerme cargo de mi identidad. Gracias por manifestar a todos tu amor. Gracias por haberme enseñado a dejarme amar por ti.

Gracias porque eres novedad pura, infinitamente nuevo cada segundo, porque eres inabarcable, y al mismo tiempo has querido mostrarte encarnado, simple, sencillo, como uno de nosotros, desnudo.

Gracias porque me has invitado a vivir para ti.

Tú eres mi Dios.

Más inmenso que el universo eres Tú, Señor, mi Dios.

sábado, 7 de marzo de 2009

EL HIJO

Dos hijos.
El de Abraham y el de Dios.

Ambos hijos llevados al sacrificio.
Ambos hijos respondieron por obediencia.
Ambos hijos sobre un altar, la leña y la cruz.
Pero el hijo de Abraham vivió, porque se le perdonó la vida, porque un carnero ocupó su lugar.
Mas el Hijo de Dios murió, no sólo no se le perdonó la vida, sino que se le cargaron todos los pecados del mundo sobre sí.
Yo soy hijo de Abraham. Yo soy el hijo de Abraham, y mi vida está en las manos de Dios. Él tiene derecho a reclamarme la vida, porque es mi Creador. Pero hace lo contrario, me otorga la vida, la Vida, la vida nueva, porque es mi Padre.
La vida que el Padre me otorga es la vida de su Hijo. Sacrifica a su Hijo para darme su vida. Pero su Hijo no es sólo hombre que muere en la cruz. Su Hijo es Dios que comparte con el Padre todo el amor hacia el hombre y el deseo de darle vida al hombre. Comparte su amor por mí, y su deseo de darme la vida, la Vida, Su Vida. Y se sacrifica por mí.
No hay libertades violadas.
Hay amor expresado hasta el extremo.
Amor irrevocable.
Yo, hijo de Abraham, estoy llamado a vivir de ese amor, a vivir por ese amor, a vivir para ese amor.
Yo, hijo de Abraham, estoy llamado a vivir amando, a volver mi amor irrevocable.
Si el Hijo vive en mí.
Si entrego yo, libremente, mi vida al Padre, como el Hijo.
Si me vuelvo, de verdad, hijo.


miércoles, 25 de febrero de 2009

Otro diluvio

"Yo estableceré mi alianza con ustedes: los mortales ya no volverán a ser exterminados por las aguas del Diluvio, ni habrá otro Diluvio para devastar la tierra." (Génesis 9, 11)

No habrá otro diluvio para devastar la tierra. Pero sí habría de haber otro diluvio para vivificar la tierra.
La alianza de Dios se iba a marcar en el cielo, con el arco iris. Dios había optado por amar al hombre para siempre, a pesar de la maldad y el pecado del hombre.
Cuando elige cómo iniciar su pueblo, con Abraham, vuelve a hacer alianza, y el signo de la alianza no iba a estar en el cielo, sino en la propia carne de los miembros del pueblo descendiente de Abraham. El signo sería la circuncisión.
En las profecías de Jeremías y Ezequiel anunciará una alianza nueva, un nuevo diluvio: se derramaría el Espíritu Santo sobre toda carne, y Dios sería su Dios y el pueblo sería Su pueblo. El signo ya no estará en el cielo ni en la carne, sino en el espíritu del hombre.
Ese nuevo diluvio comenzará a hacerse realidad como signo en el bautismo que cada creyente recibe. Bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Habrá que sumergirse, no ya para morir, sino para vivir. Sumergirse en el Hijo para poder tener parte con el Padre. Sumergirse en el Hijo para poder dialogar en el amor del Espíritu Santo con el Padre. Sumergirse en el Hijo para ser transformados en Aquel por quien y para quien fueron hechas todas las cosas. Sumergirse para tener Vida en abundancia.
Si nos dejamos tocar conscientemente por las aguas del Bautismo, por las aguas del Espíritu, por la Vida que nos trajo Jesús, viviremos eternamente.
La Vida que nos propone Dios es una vida plena, en todos los sentidos, liberada de la corrupción, del pecado y de la muerte.
Propone, invita, una vez más, a vivir como libres, en camino a la plenitud verdadera. Que nada falso nos distraiga.


sábado, 21 de febrero de 2009

Parece decir "Date cuenta".


Jesús, viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados". (Marcos 2, 5)

Jesús ¿vio que el paralítico que le bajaron del techo estaba enfermo? Por supuesto que sí. ¿Y por qué le dijo que sus pecados le eran perdonados?

Parece decirle "Date cuenta", la parálisis que tenía era fruto del pecado. Fruto de haberse apartado de Dios, de haber querido vivir sin vida. "Date cuenta de qué es lo que te enferma". "Date cuenta que yo soy el que sano porque soy el que perdono".

¡Qué grandioso! Simple, contundente, austerísimo en los gestos, "Levántate y vuelve a tu casa". Date cuenta que tu casa es la de tu Padre Dios, que perteneces a su familia y no a la casa de los apartados, de los desobedientes, de los renegados. ¿Para qué más gestos? El mensaje era fortísimo. Es fortísimo.

Que vuelva a casa, me grita. Que vuelva a casa. Que vuelva con el Padre. Que me una de nuevo. Que acepte ser salvado. Que no dude. Que no tema. Que viva.

miércoles, 18 de febrero de 2009

¿Y mi sí?


Hermanos:
Les aseguro, por la fidelidad de Dios, que nuestro lenguaje con ustedes no es hoy sí, y mañana no. Porque el Hijo de Dios, Jesucristo, el que nosotros hemos anunciado entre ustedes - tanto Silvano y Timoteo, como yo mismo - no fue sí y no, sino solamente sí.
En efecto, todas las promesas de Dios encuentran su sí en Jesús, de manera que por él decimos Amén a Dios, para gloria suya.
Y es Dios el que nos reconforta en Cristo, a nosotros y a ustedes; el que nos ha ungido, el que también nos ha marcado con su sello y ha puesto en nuestros corazones las primicias del Espíritu. (2 Corintios 1, 18-22)

Fuerte es este mensaje para los que tenemos inconstancia.
Hoy la cultura en general se presenta como inconstante, porque se arguye que todo pasa, que todo cambia, que nada es para siempre, que pronto nada sirve. Aplicamos actualizaciones de todo, recambios de todo, modelos nuevos, descartables, reciclables, desperdicios en abundancia, y a las personas también estamos al borde de tratar definitivamente como cosas desechables. Si no me gusta la tiro.
Cuando somos inconstantes en algo, es porque vamos detrás de otra cosa. ¿Cuál es realmente esa cosa por la que nada dura en nosotros?
En el fondo parece ser un ansia insatisfecha, algunos la llamarán seguridad, otros sabiduría, otros felicidad, otros plenitud, otros paz, otros poder, otros placer inacabable, qué se yo...

Pero Pablo nos coloca frente, primero, a un "sí" de Dios irrevocable: Jesús. Segundo, una respuesta a Dios en Jesucristo también irrevocable. Tercero, nos anuncia que eso es posible por la acción del Espíritu Santo en nosotros, reconfortándonos.
Analicemos: Dios ha querido crear al hombre para que el hombre, en el Hijo, tenga parte con el Padre. Esto quiere decir que el Padre ha querido crear al hombre para que el hombre participara del diálogo permanente y eternamente amoroso entre el Padre y el Hijo, diálogo que viene del Padre, diálogo del Hijo al Padre, y que siempre es conducido en el Amor del Espíritu Santo.
En ése ámbito impresionantemente absoluto y grandioso, nosotros tenemos participación si nos dejamos reconfortar por el Espíritu. La expresión "reconfortar" me resulta llamativa, implica haber estado débil y haber vuelto a tener fuerzas, pero que las fuerzas nuevas vienen de fuera, en este caso del Espíritu, como que ya no nos quedan fuerzas a nosotros. Eso quiere decir que la experiencia de la nulidad, de la debilidad total, del no autoabastecimiento, de la miseria personal, no es aborrecida por Dios, por el contrario, parece ser que su pedagogía hace necesario experimentar esa pobreza extrema de uno mismo para desde ahí levantar nuestra plegaria confiada y expectante, al único que puede salvar.

¿Y mi sí? preguntábamos. En definitiva, y con humildad lo tenemos que asumir, mi "sí" viene después de mis "no". Viene después del desencantamiento de mis ídolos. Cuánto admiro a las personas que siempre tuvieron un "sí" y fueron fieles, Dios las bendiga enormemente, porque han aprovechado la gracia que recibieron con gran cuidado. Mi "sí", en cambio, es gracias al perdón de Dios, es gracias a su misericordia, es gracias a su reconfortarme tal como lo dije antes. También es gracia. "Te basta mi gracia" le dijo Jesús a San Pablo (2Cor 12, 9) "porque mi poder triunfa en la debilidad".
Por eso, me atrevo, como Pablo, a gloriarme de mi debilidad, de que no soy más malo porque Dios no me deja, de que Él ha hecho obras grandes en mí, tomando la frase de María Santísima, de que Él es mi salvador, mi redentor, mi liberador. Por eso es mi Señor, mi Dios en quien me refugio, en quien espero, a quien creo, a quien amo, a quien sirvo, a quien adoro.

¿Por qué le cuesta tanto al hombre creer a Dios?

Así habla el Señor :
No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas; yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta? Sí, pondré un camino en el desierto y ríos en la estepa. El Pueblo que yo me formé para que pregonara mi alabanza.
Pero tú no me has invocado, Jacob, porque te cansaste de mí, Israel. ¡Me has abrumado, en cambio, con tus pecados, me has cansado con tus iniquidades! Pero soy yo, sólo yo, el que borro tus crímenes por consideración a mí, y ya no me acordaré de tus pecados. (Isaías 43, 18-19. 21-22. 24b-25)

Si Dios fuera mentiroso estaría bien no creerle. Pero no cabe la mentira en Dios. ¿Por qué, entonces, el hombre no le cree, no se le acerca, no confía?
Dios promete cosas nuevas, pero el hombre parece -en conjunto- ser pesimista frente a esas promesas. Dios promete cosas nuevas porque ve que el hombre no avanza.
Dios no dice que el pueblo que se formó pregonará su alabanza para autoexaltarse como si lo necesitara. Dios no es como nosotros que sí somos vanidosos y nos gustan los aplausos. Dios quiere que el hombre lo pueda alabar, porque eso es signo de que el pueblo (incluyámonos) lo ha conocido. Y si lo ha conocido ha disfrutado de su luz, de su poder, y de la inmensidad de su amor, y por eso ha crecido y se ha transformado. Es decir, Dios no quiere la alabanza por Él, sino por el hombre. Es el hombre el que se beneficia con la alabanza, es el hombre que alabando corona su propia transformación, su vida nueva que ha recibido por la gratuidad del amor divino.
Las cosas nuevas de Dios, dice el profeta, están germinando: no son de golpe, van al tiempo de los hombres, porque Dios no quiere imponer al hombre la salvación puesto que nadie ama bajo presión. El amor se da en la libertad y lleva a que libremente uno se sujete al ser amado. Por tanto, Dios está invitando de una manera nueva a su pueblo a ser Su pueblo. Está haciendo germinar la promesa del Emmanuel, el Dios-con-nosotros, que guiará con el poder del Espíritu Santo de Dios, tal como Isaías lo anuncia en los capítulos 7, 9 y 11 de su profecía. Por otro lado está educando a su pueblo para que se deje conducir por Él y no tema a los enemigos, ni se alíe con ellos, que su protector es Yahvé. Se está gestando un Israel nuevo. Ambas cosas, un pueblo nuevo con un rey nuevo, surgen de a poco.
Sin duda que el profeta anuncia lo que se iba a realizar con Jesús, y sigue pendiente la constitución del pueblo de Dios, es decir, que la Iglesia se haga de verdad lo que se dice que es, Pueblo de Dios. Porque no basta el figurar en las listas, sino que el corazón debe pertenecer a Dios, para que la persona pertenezca a Dios.
Si estamos llamados a pertenecer a un pueblo guiado por Dios por caminos de libertad y de gracia amorosa, ¿por qué nos cuesta tanto creerle?
Si yo me hago la pregunta a mí mismo me respondo que a veces quiero los cambios de forma inmediata, y no espero. A veces espero, pero me canso. A veces renuevo las fuerzas y vuelvo a esperar luchando, pero sigo siendo débil, y ante las adversidades tentado estoy de volver a aflojar. Sólo me permite aguantar los embates de este caminar desértico de la vida el haber gustado al menos un poquito que Dios es verdadero, verdadero amor, verdadera fidelidad, y que su providencia es sabia, aunque no alcance yo a entenderla. Creo en Él, que no miente. Creo en Él porque es Amor que no deja nunca de amar, y me concedió la gracia de experimentarlo. Creo en él porque nunca se ha alejado aunque yo me haya ido de su lado alguna vez. Creo en él que es sabio, porque no puede no saberlo todo y no disponer de todo para el bien de todos. Creo en su bondad infinita. Creo en sus designios. Creo en Él porque es fuerte e imbatible. Creo porque nadie es como Él. Y tengo la dicha de poder decir que gracias a Él creo en Él y le creo.

lunes, 12 de enero de 2009

Navidad negra

La moda de esta navidad eran los arbolitos y soplillos negros... ¿lo pueden creer? 
Cuando me lo contaron dije que se había ido la luz para muchos.
Y algunos están en tal tiniebla que no les importa arruinar la vida de otros.
Hoy lo viví de cerca: fue secuestrada una sobrina mía para ser llevada como esclava. 
Gracias a Dios pudo escapar. Pero ¿si no hubiese podido?
Doy gracias a Dios que esté en casa, pero ¿quién nos quita la sensación enorme de inseguridad, la angustia y el dolor de tamaña agresión, no sólo por ser ella cercana, sino por cualquiera?
¿Seguiremos aislándonos y siendo cada vez más vulnerables ante cualquier servidor del mal o nos despertaremos de una vez para unirnos y cuidarnos entre todos?

miércoles, 7 de enero de 2009

Esperanzas que maduran y esperanzas ingenuas

Aprendí que esperanza es un esperar abierto.Un esperar abierto es el que no sólo mira por la puerta, sino también por la ventana y por el fondo, y por el costado. Se abre a la sorpresa porque no exige que sólo venga por un determinado lugar y de una determinada forma aquello que espero. Incluso me hace abrirme a lo que no esperaba.

A veces la esperanza puede ser activa, y otras veces sólo puede ser pasiva.
Activa es cuando hago todo lo que esté de mi parte cuando puedo hacer algo.
Pasiva es cuando no puedo hacer nada más que esperar.

Aprendí que es necesario darse cuenta de qué forma tiene que ser mi esperanza, para no perder fuerzas. El que no hace lo que puede, debilita todo lo que tiene que venir. Pero el que no se aviene a sólo esperar cuando no se puede hacer nada, pone palos en la rueda.

La gente no son aparatos que puedo programar, encender o apagar a gusto. La gente son personas. Yo soy persona. Y no puedo tolerar que me traten como aparato. La gente tiene capacidad de decidir, aunque a veces o no lo sepa o no la use. Y si tiene capacidad de decidir tengo que esperar que tome decisiones no esperadas por mí. Tengo que aceptar que a veces no me queda otra opción que esperar, si quiero respetar el proceso interior y exterior de la gente.
Si puedo hacer algo sin violentar la capacidad del otro por decidir por sí mismo, cuando le corresponde hacerlo, tengo que hacerlo. Pero cuando no puedo hacer nada, debo esperar.

Algo, como insinué en otro lado, sí está siempre en mis manos: mis propias decisiones. Eso depende de mí y como tal soy el responsable: o pongo palos en la rueda o ayudo a andar. Si me hago cargo de mí mismo, puedo ofrecer al mundo aquello que tengo y que a la gente le puede servir. Pero si no lo ofrezco también me tengo que hacer cargo.

Yo no puedo cambiar todo el mundo. Puedo cambiar yo, y a veces tengo que esperarme porque la lógica me dice cuánto, pero mis capacidades me dicen cuándo.

Por último, quiero señalar que también aprendí que la esperanza ingenua no siempre es compromiso, que el compromiso casi nunca es fácil, que la verdadera esperanza no deja de mirar la crudeza de la realidad ni deja de asumirla, duela lo que duela.

Que tenga un buen año lleno de verdadera esperanza. Yo la tengo, gracias a Dios, porque la esperanza también es un don que Dios ofrece al que se lo pide.

domingo, 4 de enero de 2009

Pobre mi mundo

Sí, ¡pobre mi mundo! Y digo "mío" porque amo el don que es en sí mismo este mundo en el que vivo. ¡Pobre nuestro mundo! ¡Cómo va! 
Tantos hermanos que no sabemos superar nuestras heridas, nuestros problemas, tanta agresividad acumulada, aumentada, exacerbada. Tantas familias que no superan la violencia, y no toman conciencia de las consecuencias que provoca. Tantas sociedades que olvidan que sus miembros son personas. Tantos grupos de presión que no dejan espacio al ser humano para encontrarse consigo mismo y decidir desde sí, coincidiendo con su propio ser, con su propia naturaleza. Y tantos, ¡tantos!, que se han dejado adiestrar para no mirarse y no valorarse.
Fiestas que en forma creciente pierden su sentido. El festejado no es el Emmanuel, no es Jesús. Ni es el ser humano el que festeja como ser humano que ha recibido una enorme visita hace dos mil años. El que festeja es el sistema de una ideología que impuso que para ser feliz hay que consumir y gastar y adquirir "bienes" que no hacen en el fondo tanto bien, pero nos manipularon la capacidad de criticar y de analizar haciéndonos casi incapaces de decir "basta".
¿Empezó un año nuevo?
Para la mayoría, no lo creo, no creo que haya cambios para bien. Sí renuevo mi esperanza para que a pesar de todo algo suceda en mí para que yo cambie y mejore. No que suceda porque me venga de fuera, sino porque brote de adentro mío, como fruto de que yo he madurado y cambiado y me he corregido. No puedo cambiar el mundo, pero puedo cambiar yo en el mundo. Y es lo que pretendo, porque no me gustaría terminar mis días sin haber hecho lo que tenía en mis capacidades por hacer que el mundo de todos fuera mejor de lo que lo conozco.
No puedo, ni quiero, aceptar el derrotismo y la apatía.
No puedo, ni quiero, aceptar que es inútil el trabajo por mejorar.
No puedo, ni quiero, aceptar que el hombre es irredimible.
Para mí, recién estamos en la adolescencia de la humanidad, y nos falta mucho por crecer. Y como en toda adolescencia el crecimiento duele y se debe aprender a crecer igual.
Y también, como todo adolescente, este mundo nuestro no quiere escuchar que le ha sido pronunciada una palabra infinitamente bondadosa ("Jesús") para que en ella halle lo que busca. Este mundo está en rebelión. ¿Cuándo aprenderá?