viernes, 17 de abril de 2009

Amor eterno

"Digan los fieles del Señor: ¡Es eterno su amor!" (Salmo 118,4)

La eternidad en Dios es plenitud.
La plenitud, totalidad.
La totalidad, inmensidad.
La inmensidad, infinitud.
La infinitud, inconmensurabilidad.
La inconmensurabilidad, grandiosidad.

La grandiosidad, majestad.
La majestad, soberanía.
La soberanía, poder.
El poder, donación absoluta.
La donación absoluta es amor.

Dios ama, siempre, a todos sin excepción.
Por eso afirmamos su divina misericordia.

Es divina porque es de Dios, es decir, Él la ejerce con toda su soberana libertad y ejerciendo el más absoluto poder de perdonar los pecados, las ofensas, las deudas, los daños. Y porque obrando así recupera al hombre, hecho a su imagen y semejanza, lo restaura, y lo plenifica, es que afirmamos que su amor es misericordioso, es decir, que su corazón no teme abrazar ni al más miserable de los hombres.
Aceptar ese amor así como es, es el enorme desafío de volverse niños ante Dios. Adultos que se dejen amar como niños pequeños, en la confianza más absoluta, en el desprendimiento de toda ansiedad por cualquier cosa.

Es animarse a perder la vida con tal de ganar la que su Amor misericordioso ofrece, porque nada hay más grande ni más valioso que su Amor.
Por otro lado, "quien ama conoce a Dios", dirá San Juan en su primera carta (4, 7).
Poder donarse, ser misericordiosos, ser generosos, es el camino del Reino, porque es reconocer que no hay obra más grande que pueda hacer el hombre en el mundo que recibir, vivir y compartir el amor eterno de Dios.

¡Bendita Pascua que nos ha mostrado que el amor de Dios es más fuerte que el pecado y más fuerte que la muerte!

lunes, 6 de abril de 2009

Pobres

"Anunciar la Buena Noticia a los pobres" (Is 61,1)

Hay que haber experimentado el no poder para entender la pobreza más profunda. No poder entender. No poder aprender. No poder comer. No poder trabajar. No poder cobijarse. No poder amar. No poder sobrevivir. No poder vivir. No poder tener, etc.

No poder nada.
Pero si me rebelo aún puedo.
Mayor pobreza es ni siquiera poder rebelarse. No poder luchar más. No poder sobrevivir, ni siquiera vivir. La muerte.

No tengo nada más de dónde agarrarme. No tengo ningún punto de seguridad. No me queda más que esperar.



Y ahí es donde me identifico con Jesús en el sepulcro. Sólo puede estar ahí. Aunque su estar es todo un mensaje, nuestro estar en el sepulcro no es un mensaje, sino la total necesidad de ese mensaje, la total entrega, el total despojo, el total anonadamiento, el volverse polvo de nuevo. Mi alma queda despojada de mi cuerpo, mi cuerpo despojado de mi alma. Sólo el Hijo en el que fuimos creados puede darme lo que necesito en ese momento: "Yo soy la resurrección y la vida. El que crea en mí aunque muera, vivirá" (Jn 11, 25). No me queda otra posibilidad que la que Dios puede darme en su Hijo: resucitar y vivir porque creo en Él.

Ese mensaje encierra la Buena Noticia. La Buena Noticia encierra ese mensaje.
La Buena Noticia es que en Jesús y por Jesús tenemos vida eterna, porque él pagó el precio de nuestros pecados, pagó nuestras deudas. Porque no sólo éramos pobres sino también deudores.
Nuestra deuda saldada por su sangre se convirtió en superávit por la misericordia de Dios. Son sus méritos nuestra riqueza, nos ha enriquecido con su pobreza (cf. 2Cor 8,9), nos ha dado su vida (cf. 1Jn 3,16), y nos compartió su Espíritu y dará nueva vida a nuestros cuerpos mortales (cf. Rm 8,11).

¡Bendita Pascua! ¡Bendita pasión! ¡Bendita esperanza!


viernes, 3 de abril de 2009

El Rey y el asno.

"Al encontrar un asno, Jesús montó sobre él" (Jn 12, 14)

Cuanto más inseguro fuese el rey más grande tenía que ser su transporte, sea caballo, auriga, carruaje, incluso su ejército. Por lo exterior tenía que compensar la debilidad de lo interior.

Mucha gente hoy hace lo mismo,
el ejército más grande,
el autom
óvil más seguro,
los gritos más fuertes,
los aparatos políticos más prepo
tentes,
la
soberbia más exacerbada,
el totalitarismo más despiadado.


Quien no quiere dominar no necesita nada de eso.
Y menos quien tiene el poder verdadero.

Jesús encontró un asno.
Y así cumplía la profecía de Zacarías 9,9:
"¡Alégrate mucho, hija de Sión,
grita de júbilo, hija de Jerusalén!
Mira que tu rey viene hacia ti;
él es justo y victorioso,
es humilde y está montado sobre un asno,
sobre la cría de un asna. "

Le bastaba el asno.
Puesto que Él ya era Rey.
Puesto que ya era Justo.
Ya era Victorioso.
Ya era Humilde.

Porque Él sabía que el Padre había puesto todo en sus manos (cf. Lc 10, 22), y le diría luego a Pilatos: "Soy Rey" (Jn 18, 37).

Y, como dice en el mismo versículo: "He venido para dar testimonio de la Verdad". "Yo digo la verdad" (Jn 8, 45). Por eso, Pedro dirá el día de Pentecostés: "Ustedes renegaron del Santo y del Justo".

Sabía que ya había vencido: "En adelante verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo" (Mt 26, 64).

En Mt 11,29-30 dice: "Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana".

No le hacía falta más que un asno. Todo lo demás lo tenía en sí mismo.

¿Por qué tantas veces puse mi mirada en lo exterior y no en lo interior?
¿Por qué me quedé mirando sin ver?
¿Por qué deseé tener el asno y no al Rey?
¿Por qué deseé los dones del Señor y no me di cuenta que debía tener al Señor de los dones?
¿Qué más necesitaría si lo tuviese a Él?

¿Ante quién pondré mis ramos: ante el asno o ante el Señor Jesús?
Te doy mis ramos, y mi capa, mi corazón, mi voluntad y mi inteligencia.
Todo lo pongo bajo tus pies.
¿Para qué tenerlos yo si no me llevan a ti?