La eternidad en Dios es plenitud.
La plenitud, totalidad.
La totalidad, inmensidad.
La inmensidad, infinitud.
La infinitud, inconmensurabilidad.
La inconmensurabilidad, grandiosidad.
La grandiosidad, majestad.
La majestad, soberanía.
La soberanía, poder.
El poder, donación absoluta.
La donación absoluta es amor.
Dios ama, siempre, a todos sin excepción.
Por eso afirmamos su divina misericordia.
Es divina porque es de Dios, es decir, Él la ejerce con toda su soberana libertad y ejerciendo el más absoluto poder de perdonar los pecados, las ofensas, las deudas, los daños. Y porque obrando así recupera al hombre, hecho a su imagen y semejanza, lo restaura, y lo plenifica, es que afirmamos que su amor es misericordioso, es decir, que su corazón no teme abrazar ni al más miserable de los hombres.
Aceptar ese amor así como es, es el enorme desafío de volverse niños ante Dios. Adultos que se dejen amar como niños pequeños, en la confianza más absoluta, en el desprendimiento de toda ansiedad por cualquier cosa.
Es animarse a perder la vida con tal de ganar la que su Amor misericordioso ofrece, porque nada hay más grande ni más valioso que su Amor.
Poder donarse, ser misericordiosos, ser generosos, es el camino del Reino, porque es reconocer que no hay obra más grande que pueda hacer el hombre en el mundo que recibir, vivir y compartir el amor eterno de Dios.
¡Bendita Pascua que nos ha mostrado que el amor de Dios es más fuerte que el pecado y más fuerte que la muerte!