Lucas 17:10 Pues así, también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que Dios os ha mandado, decid: "Somos siervos inútiles; solamente hemos hecho lo que debíamos hacer."
Por experiencia propia digo lo que voy a decir: siempre quise ser útil, y me esforcé por ello, a veces más allá de mis límites, resintiendo el descanso, la salud, hasta la paz interior. ¿Por orgullo? Quizás. ¿Por no quedar mal? Puede ser. ¿Por no molestar al otro? Casi siempre.
Incluso pensaba cómo ser lo más útil posible... según mis criterios.
Y ahí fue donde me equivoqué. Mis criterios ¿son, acaso, los mejores? Alguna vez puedo haber dado en el clavo, pero sospecho que sólo alguna vez.
Cuando mis límites me hicieron sentir inútil, y más frente a mis propios criterios, me tuve que ocupar de hacer lo que tenía que hacer tal como saliera, y muchas veces sin criterios claros, teniéndome que acoger a lo que dijeran otros, y confiar, esperar, entregar, renunciar a controlar.
Con sorpresa vi que no había sido malo como yo temía, sino todo lo contrario. Cuando me volví "inútil" fue cuando fui útil.
Por misericordiosa pedagogía Dios me concedió una muestra de lo que produjo en otros haber sido así, inútil, para que aprendiera a entregar más todo. No hace falta ya saber qué va a provocar en otros, si el efecto es positivo o negativo, saber el resultado, conocer la efectividad de lo actuado. Eso es prerrogativa del Señor. Nosotros somos servidores de su proyecto de amor.
Sumados a su proyecto de amor, y sabiéndonos inmensamente capaces de ser desobedientes, egoístas, perezosos, infieles, etc., etc., etc., es mejor considerarse más inútiles que útiles.
Agradezco a Dios que inspiró en nuestra Comunidad la oración que dice:
"Padre nuestro Calasanz, aquí estamos y queremos poner nuestras manos en las tuyas para que nos enseñes a buscar como tú la voluntad de Dios. Queremos ser instrumentos pequeños, inútiles, y dóciles en sus manos. Amén."
Nos ayuda a no atribuirnos ningún mérito. Nos da libertad frente a la ansiedad por responder al qué dirán. Nos recuerda la verdad. Nos abre a lo que Dios quiera. Nos ayuda a adherirnos a su voluntad, y a olvidarnos de la nuestra cuando se opone a la de Él.